Más allá de ser un juego tradicionalmente para niñas o un elemento de colección de personas adultas, las casas de muñecas nos muestran un mundo íntimo, exponen un estilo de vida y proyectan unos roles sociales a partir de los detalles que podemos explorar: cómo son las diferentes estancias, qué elementos las componen, para qué usos se destinan las distintas salas, qué diseño o estética tienen y qué equilibro guardan estas casas entre la visión idílica y la realidad que dejan entrever.
En la antigüedad, las casas en miniatura, hechas con arcilla cocida, constituían ofrendas funerarias para acompañar el ánima del difunto a su destino. Más adelante, las casas de muñecas fueron motivo de coleccionismo, fundamentalmente en el área del norte de Europa y especialmente en Alemania, Holanda y el Reino Unido. Una de las primeras casas de muñecas documentadas data del siglo XVI: la que el duque Alberto de Baviera hizo construir para su hija. A partir de mediados del siglo XIX, las casas de muñecas empezaron a ser un juguete dirigido a las niñas, mediante el que aprendían a gestionar un hogar. Pero es a finales del siglo XIX cuando, gracias a la fabricación seriada y en masa, que permitió el abaratamiento de precios, las casas de muñecas se popularizaron. En este período empezó a arraigar la idea que los niños podían aprender mediante el juego, y la mejor forma de formar a las futuras amas de casa era jugando con una casa de muñecas.
En este ámbito se muestra una selección de los fondos de casas de muñecas que conserva el Museo, junto con una colección de teteras en miniatura.
2024 Museo del Juguete de Cataluña –